El siglo XIX es a la vez bello, oscuro y sucio, el cielo empieza a ensuciarse con el humo de las fábricas, y cierto grado de desasosiego aumenta a nuestro alrededor. Pero al margen de suciedades, represiones, colonialismos y morales asfixiantes es un siglo de viajes y descubrimientos, de cuentos de hadas victorianos, deliciosos y crueles, de vampiros, de misterios y de grandes mujeres que me atrapan en los sueños. Siempre que preparo mi pasaporte, mi maleta, mi billetes de avión, tomo una decisión, hago planes, me atrevo a hacer algo que me da miedo por cualquier motivo, pienso en alguna de las mujeres enormes del siglo XIX que decidieron hacer lo que para cualquiera de nosotras, en nuestro cómodo occidente, ahora es tan normal y tan evidente.
Mi heroina favorita, sin lugar a dudas, es Isadora Duncan, a caballo entre dos siglos. Me leí su biografía llorando a mares, con el corazón encogido ante tanta belleza, tanto dolor y tanta fuerza. Sueño con ella a menudo. A veces me parece verla en algún rincón de la ciudad. Cuando era pequeña me gustaba ponerme las bufandas colgando hacia atrás como las estolas de las actrices de Hollywood. Mi madre siempre me decía que no lo hiciera porque me podía enganchar con algo y morir asfixiada como una artista de cuyo nombre no se acordaba. Hace poco descubrí que así murió Isadora. Hace mucho que me molestan hasta el infinito los jerseis de cuello alto y las bufandas.
La mujer que me persigue desde hace algunos días es
Alexandra, que nació en París en 1868 y murió con 101 años. Parece ser que unos días antes de cumplir 101 años fue a renovarse el pasaporte. Este fin de semana vi su foto por primera vez en el reportaje de una revista en casa de mi madre. La misma que ilustra este escrito.
Anda, Alexandra! Exclamé en voz alta. A mi madre le hizo mucha gracia porque pensó que se trataba de alguna amiga hasta que se dio cuenta de que era una foto en blanco y negro de hace dos siglos. De alguna manera Alexandra me iba buscando. Cuando era pequeña leía libros de Julio Verne y se prometía a si misma que algun día viviría muchas aventuras. A pesar de su siglo o precisamente por ello. Su mundo eran los mapas y los sueños. Su primera escapada fue a los quince años para gran escándalo de familiares y amigos. Desde entonces se dedicó a viajar por el norte de Àfrica, por Àsia, por Europa, a estudiar temas relacionados con las ciencias ocultas y la espiritualidad, a cantar para ganarse la vida, a escribir y dar conferencias… se casó en Tunez y el budismo le cambió la vida. Vivió con los monjes tibetanos y sobrevivió a dos guerra y a muchas desgracias. En un viaje a la India conoció a Aphur Yongden, un niño de 14 años que lo abandonó todo por seguirla a lo largo de su vida, sus penas y sus alegrías.
La observo en blanco y negro, hermosa y fuerte. A veces busco mi pasaporte, lo miro, repaso mis viajes, mi vida. Doy las gracias a Alexandra, a Isadora... doy las gracias por todo lo que ellas hicieron, por todo lo que yo puedo hacer, porque de vez en cuando sueño con ellas y me parece verlas en alguna rincón de la ciudad, animándome a seguir mis sueños.