las lunas de Miranda

lunes, mayo 15, 2006

AMARILLO

amarillo

Dedicado a Virtu y a Fernando

Hace poco Claudia me hablaba de los agrets (no sé cómo se llaman en español...) que nos nacen amarillos y salvajes entre los naranjos del paisaje que compartimos en la distancia.
Y me acordé de cuando era pequeña, porque mi infancia, a pesar de todo, fue muy feliz. Porque tenía una casa con fantasmas, más imaginación de la que ningún adulto estaba dispuesto a soportar, muchas libretas en blanco, una tía bruja, una madre comunista y una abuela que llenaba la casa con flores amarillas, caracoles y espárragos. Los caracoles y los espárragos los recogíamos para hacer arroz y tortillas pero las niñas de la casa les poníamos nombre, les pintábamos la casita y los alimentábamos con lechuga, cosa que no les salvaba de ser cocinados. Pero lo que de verdad hacía bonita nuestra casa eran las flores amarillas.

De un tiempo a esta parte declaro que no me gusta el amarillo. No tiene nada que ver con mi tendencia a subirme a los escenarios con cualquier excusa. Mi amigo el chino me habla de mi páncreas y me pone piedras amarillas en el ombligo. Descubro en el armario un par de camisetas amarillas del verano pasado que no recordaba y que me quedan muy bien. Contemplé con estupor el coche amarillo de Fernando con la esperanza de que fuera una broma. La primera vez que Raimon vino a quedarse en casa soñé con girasoles y compré uno grande, bonito y amarillo mientras iba a buscarlo a la estación. El día que nos separamos me parecía que el aire de Girona se ponía amarillo y feo. Amarillo era el desierto egipcio donde me escapé en aquel momento y donde fui tan desgraciada. También había girasoles en el jardín que tenía bajo la ventana de mi habitación cuando me fui a estudiar a Rabat. Y en los viajes por la Toscana. Y en los ojos de mi gata loca que se piensa que es un perro. Y en las tardes de verano entre mar y montaña cuando era pequeña como un garbanzo y pensaba que siempre lo sería.

Recuerdo mi època hippie feminista cuando me dio por vestirme con túnicas moradas, la època siniestra de cuero y cadenas cuando todo era negro riguroso, la època new age cuando todo se volvió mayoritariamente azul... nunca me ha dado por el amarillo.

Mi vida está cambiando a pasos pequeños pero en un mundo de hormiguitas nuestros pequeños pasos son gigantescos, me decía alguien hace tiempo mientra me regalaba una flor amarilla.
Reetiqueto valores, cambio mis escalas, siento diferente. Me asusta y me gusta.
Me acuerdo de las flores amarillas de mi abuela gracias a Claudia.
Me acuerdo de muchas otras cosas gracias a Fernando y a Virtu que me cambian amarillos feos de aire sucio por amarillos bonitos de girasoles de verano, seguramente sin darse cuenta, seguramente sin saber por qué, mientras se ríen de mi y de mis manias.

Quizás me ponga algo amarillo un día de estos. O quizás no…

Quizás pinte la casa de un caracol y lo alimente con lechuga aunque ahora sea un poquito más grande que un garbanzo.

No es que el color amarillo me guste un poco más.
Pero al menos ahora me hace sonreir.

Gracias…

Escrito por nimue :: 23:36 ::
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