las lunas de Miranda

miércoles, agosto 31, 2005

ESTRELLAS

Escuchando: Flor de Estambul, de Javier Ruibal

desert dancer

Cuando la bailarina baila tiene que saberse heredera de las mujeres antiguas que empezaron a bailar en las cuevas, en los ríos, a la orilla de los mares, las que subieron hasta las montañas más altas para demostrar que se podía bailar sin oxígeno, soñar sin oxígeno, amar sin oxígeno, las que bajaron al fondo de los oceanos para domar al tiburón, al monstruo, a la oscuridad del abismo, las que bailaron entre peces.

Cuando la bailarina baila tiene que ofrecerse, tiene que morir y resucitar, tiene que parar el tiempo, tiene que olvidar el camino de vuelta y entrar en el laberinto.
Debe mostrarse orgullosa y defender su dignidad como si defendiera sus pies, y sus manos, y su cuello y sus ojos. Pero no debe confundir orgullo con soberbia porque la bailarina que se sabe heredera romperá la tradición con todo el respeto que se merece, estará dispuesta a enseñar, a no guardar, a no esconder, a no ocultar el camino a las que vienen detrás, a ponerse a la misma altura que las niñas que son también herederas. Estará dispuesta a llorar con el dolor de las otras bailarinas, a sonreir cuando consiguen dar la vuelta sin caer, a ofrecer la mano cuando queda poco para llegar arriba. Porque la belleza está lejos de la amargura y la bailarina siempre buscará la belleza en el sonido, en el movimiento, en la luz, en el triunfo, en el esfuerzo.

Cuando la bailarina baila sonrie. Cuando la bailarina enseña es severa pero incluso las palabras severas deben ser generosas, amables, justas. Ofrecerá sus manos cuando las niñas caigan. Ofrecerá consuelo ante el dolor y disciplina ante la desidia. Pero no querrá brillar a través de las heridas de los demás.

Con el movimiento corremos, nadamos, volamos, rompemos, continuamos, giramos sobre nosotras mismas, pensamos que no avanzamos pero avanzamos, hacia dentro.
Con la humildad necesaria, con el orgullo intacto, con la elegancia de quien enseña porque sabe que todo lo sagrado se convierte en miedo y se llena de polvo si se oculta.

A veces, muchas veces, la bailarina querrá bailar sola pero no olvidará que a su lado bailan otras como lo hicieron las mujeres antiguas a la orilla de los ríos, en las cuevas, en la cima de las montañas. Confiará en su pareja de baile cuando tenga que caer con los ojos cerrados. El vertigo no abrirá las puertas de la duda porque el bailarín también es heredero y ella debe saberlo y aceptarlo.

La bailarina siempre debe ser estrella pero los eclipses nos impiden ver con claridad.
Hay estrellas que están tan lejos que no saben que la luz que nos llega de ellas es luz de estrella muerta.

Escrito por nimue :: 13:57 ::
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